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lunes, agosto 22, 2011

Lunes indeseado

Siempre me han impuesto los domingos. No me gustan. Peor los lunes, sobre todo cuando sé que mi porvenir depende de lo que yo decida hacer. Decidí no llamar a aquella mujer que quiere que trabaje como consultora. No lo sé, como que por ahí no me late. Tal vez cambie de idea y mañana la llame. Hoy tenía muchas cosas que hacer: llamar a la compañía de autos para hacer cita para el servicio del nefermovil. Averiguar si mi membresía en esa asociación profesional sigue vigente, para.... -si... ya sé...- registrarme para la certificación, aquella a la que le he dado la vuelta.

Aunque no hice lo mencionado, me desperté relativamente temprano, hice Tai Chi... un DVD que encontré abandonado por ahí... para seguir con mi rutina de la serpiente.

Confieso que no he comido muy bien que digamos, la semana pasada no comí verduras y mis entrañas lo resintieron. Están protestando estirándose como chicle en el interior, haciéndome pasar unos momentos sumamente incómodos.

Vino el de la compañía de internet. Cambió no se qué cosas o filtros fuera de la casa y en el sótano. Así que antes de que llegara, me di a la tarea de escombrar y aspirar aquél área que le rehuía. Sí, todavía hay cajas y papeles, pero ya menos, tal vez mañana le dé otras dos horas a la talacha allá abajo. Poco a poco y quizás para el viernes el sótano esté impecable. Al menos el internet dejará de fallar (ojalá).

Malas noticias: encontré una cucaracha bebé en el sótano. Así que esto tiene que quedar esta semana, ojalá sólo sea una pasajera y que no se estén colando por la coladera del área de máquinas.

Me siento triste. Triste porque perdí contacto con un amigo muy querido, con el que podía hablar horas y de diversos temas, trabajábamos hasta altas horas de la noche, viajábamos juntos, negreábamos juntos, mentábamos mandarinas juntos, etc. El caso es que le perdí la pista.

El no es muy asiduo de las computadoras. Nunca escribía correos, pero hablábamos por teléfono o cuando iba a México, nos quedábamos de ver para el café. La última vez que lo vi fue en el otoño del 2007. La última vez que escuché su voz fue en el otoño del 2008. Aquél otoño hablé con él mientras la anestesia general iba poco a poco disipándose en mi ajetreado cuerpo tras aquella cirugía. Después... perdimos contacto. Su teléfono no es el mismo y al parecer ya no vive donde solía hacerlo.

Cuando pasó lo de mamá, traté de buscarlo... sin suerte. El había conocido a mamá... de las tantas veces que me llevó a casa después del trabajo. El y su esposa conocieron a mamá en una situación curiosa muchos años atrás. El había dado al hospital y yo también por circunstancias diferentes. Nos encontramos en urgencias. El esperaba ser atendido, sentado con su esposa e hijas. Yo, sentada con mamá. En aquél entonces era sólo un compañero más de trabajo, no nos conocíamos del todo y sobrevivíamos al difícil ambiente laboral de aquella empresa.

Hace un par de meses, sabiendo que nunca abre sus correos, le escribí una carta y se la envié por correo convencional, pero con acuse de recibo. Así me aseguraría que recibía las malas nuevas sobre mamá. El sábado, recibí del correo una notificación para recoger un sobre.

Hoy fui a la oficina postal y para mi tristeza, aquél sobre sellado y estampado llegó de nuevo a mis manos. Cerrado. Unas notas en español por todas partes en aquél sello: "no se encontró al destinatario". Al parecer hicieron un par de visitas, para en la tercera (la vencida), sellaron el sobre como "devolución de acuerdo a la ley" y lo enviaron de regreso.

Cometí el grave error de abrir ese sobre y leer su contenido. Fue como revivir de nuevo todo aquello. Todos esos meses de angustia y terror, confrontarme con la muerte una vez más... sentir este vacío infinito que corroe todo mi ser. Recordar sus bellos ojos a media asta. Su aliento ausente después de una expiración. Un envase vacío. Un cuerpo sin alma. Una familia sin madre. Una hija perdida en un llanto ahogado... sin poder respirar. Respiro profundo y en mi mente sólo un par de frases: no principio, no fin... no nacimiento, no muerte. Tal vez es un consuelo. Al menos, quiero engañarme un ratito, hasta que este dolor que me taladra el pecho ceda.

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