Hace mucho que no disfrutaba de estar a la intemperie. Todo el invierno me la pasé como oso polar, enclaustrada bajo techo, sin asomar nariz.
Salí a echarte la mano, pues tras la tormenta de hielo, varios de nuestros árboles quedaron amputados y las ramas estaban por doquier.
Mientras "peinaba" el pasto y acumulaba ramas, por primera vez en mucho tiempo no tuve pensamientos. Fue como una meditación en movimiento.
Coloqué en aquella jardinera la estatua de Buda que me regalaste. Compramos flores y las planté... claro que como siempre, tu impaciencia e ingenua iniciativa hicieron que mi mapa floral mental quedara como jeroglífico egipcio.
Como siempre, me dió "controlitis" y ante tus cráteres en lugar de pequeños agujeros, te reté unas cuantas veces. Tengo que seguir aprendiendo a tenerte paciencia.
Terminamos de plantar las florecillas y nos sentamos a meditar. El aire en el cielo nublado era templado, tu rostro planchado, lleno de paz.
A un par de semanas de tu segunda cirugía, tengo miedo... miedo a estar acostumbrada a ti, a amarte sin entregarme al cien..., a perderte...
No me vuelvas a hacer esa pregunta. Es muy cruel.