Recuerdo cuando nos reuníamos en casa de mi abuelita consentida en Guadalajara, cenábamos pavo, ensalada de piña con manzana y nueces, camote al horno con malvaviscos, ponche... comíamos dulces a morir, la pasábamos a nuestras anchas con los tíos consentidores.
Lo más rico era estar en familia.
Años después y a la distancia, aunque la visita de la progenitora es un regalo muy grato, existe un vacío allí... dentro del corazón. Faltan los hermanos y hasta con sobrinitos que ya cada quién con su vida, en diferentes ciudades, el padre en el más allá...
Y nosotros tres, cenando en tierras y con costumbres ajenas, una noche informal, como cualquier otra, sin la emoción de los encuentros, ni la ilusión de la apertura de los regalos.
Esta fecha, que para mí significó siempre algo especial, no por el evento de quien llegó a "salvarnos", sino por el simple hecho de disfrutar de una bella noche, agradable, rodeada de la familia materna, con su calidez y serenidad, me sentía protegida, apapachada.
Esta noche, fue una más, aunque el deleite de estar con mamá, con el Faraón, quien para esta fecha es como cualquier otra, y para mí, sigue siendo una noche de añoranza de la infancia y felicidad de la familia que alguna vez fue.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario