Mientras le pasaba al Faraón un cubo de leche de soya de la alacena, un sartén pesado caía sobre mi cabeza. Sí, sobre el pequeño huequito hundido que tenemos en la mollera. Me quedé de rodillas en el piso y el Faraón corrió por una bolsa con hielo que me puso en la cabeza. Lloré como niña chiquita del castañazo que me di. ¿A quién se le ocurre poner esas cosas hasta arriba y en la orilla?... sólo al acomedido. No es su culpa. Accidentes caseros siempre los hay. Lo único malo, la enfermera telefónica informó que estarán checándome por teléfono en caso de que pierda la razón.
Hablando en serio, me comentaron que si tenía dificultad para hablar o recordar palabras, náusea, vómito o pérdida de conciencia que fuera al hospital. Mientras tecleo estas letras tuve que poner en pausa los dedos, se me olvidaron un par de palabras y no sé si esto sea serio o no. Sólo quería poner la constancia de que el Faraón no tuvo nada que ver con mi accidente, en caso de que mi estado se complique, caiga en coma o muera. Así para que cualquier oficial de policía no lo meta al bote.
Moraleja (iba a escribir berenjena!): antes de abrir la alacena o un armario, da un paso atrás, sigilosamente abre la puerta y con cautela espera antes de que algún objeto brinque sobre tí.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario