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lunes, junio 28, 2021

El tango de las emociones

 Mientras escucho algo de tango, recuerdo aquellos días en los que mamá y yo tomábamos nuestras clases de baile en aquél gimnasio en la pequeñísima ciudad de Ft. Smith Arkansas.

Pero esta publicación no es sobre aquellas clases que con tanto gusto disfrutábamos, más que de la música, de la mutua compañía madre e hija.

Estas letras esparcidas serán sobre el son del tango al que las emociones danzan durante el día.

Comienzan discretas, luego se sumergen como en un lago obscuro... donde remolinos de aguas encontradas distorsionan el flujo. Luego en crescendo agudizan sensaciones de optimismo, prometiendo estabilidad. Bailo al son de esa efímera estabilidad, en sincronía con el universo. Un lapso de nostálgico y melódico ritmo, que rebaja el humor de forma casi romántica. Y con violencia jala en su vaivén de nuevo hacia abajo. Danza en círculos, las ondas como en el agua, resonando. Se intensifican para en catarsis terminar dramáticamente.

Después comienza de nuevo... esta vez con aburrimiento, lentamente retomando ritmo. Amorfas se transforman y moldean... éxtasis, compasión, unas pizcas de optimismo.

Sigo en duelo, muy diferente al duelo de padre y madre... un hermano, un cómplice por medio siglo. En su trastorno emocional y de personalidad derivado de su enfermedad, tuvimos muchos malos entendidos. A últimas fechas hablamos mucho, nos pedimos perdón mutuamente, nos comprendimos. Una infancia difícil con un padre violento. Que seguramente su violencia derivaba de la misma enfermedad. Una cadena generacional que persiguió a los varones de aquella familia paterna. Padre, abuelo, bisabuelo y así hacia la rama de antepasados.

Sólo queda meditar, estar presente... dejar ir, continuar. Sus momentos de lucidez con los que logramos reforzar nuestros afectos fraternales, nuestras complicidades y recuerdos, son el consuelo que queda.



sábado, marzo 12, 2016

Último respiro

Este año ha sido extraño desde su inicio. Recibir el año con una bota ortopédica, tener un empleo sin proyecto asignado y todo de cabeza.

El faraón en su afán de rescatar a la mujer que conoció, me invitó a meditar. Hace unos 4 años que le huyo a la meditación. Los últimos dos me tiré a la frivolidad mental y últimamente mi cerebro ha tenido indicios y deseos de paz, así como de retomar mi camino. Utilizaré la frase de un amigo que describió a otro amigo suyo tras la muerte de sus padres... Aquél tío perdió la brújula de la vida.

Sí, creo que eso me ha sucedido, he perdido la brújula, dando tumbos y al fin tocando fondo.

Abro ventanas, aire fresco circula en las habitaciones. Tres postraciones. Respiro profundo y me siento en casa. No comprendo cómo es que dejé de meditar. Mientras respiro y libero mi mente de pensamientos, la imagen de mi madre y su último respiro en mis brazos me lanza en automático a un ataque de pánico. Aviso al faraón, quien tranquilamente me pregunta que dónde siento el pánico, que respire y describa.

Mi pecho es un nudo y de repente siento como una estaca atravesándome el cuerpo de pecho a espalda. Es un dolor muy fuerte, se manifiestó en menos de un segundo y con una sola imágen. Yo sosteniendo a mi madre por los brazos para ayudarla a sentarse, mi hermano a su lado ayudando y mi madre con su bello rostro abriendo sus ojos y queriendo decir algo... Ese algo fue el último respiro. Ese último respiro, después de 5 años 3 meses exactos hoy, se manifestó en pánico en menos de un segundo.

Luego de mi boca salió sin pensar y dirigido al faraón quien observando mis sollozos e intentos por respirar se acercó a abrazarme fuertemente: "ahora entiendo por qué no he querido meditar en todo este tiempo, miedo a que surgieran estas emociones, el terror de perder a mi madre en mis brazos".

Después todos estos pensamientos inundaron mi mente y traté de dejar ir: aquél día todos estábamos agotados, esperábamos que llegara el lunes para su tercera quimio. Era domingo 12 de diciembre del 2010. Ella llacía a lo que ahora analizo ya agonizante (tal vez en ese momento la negación de todos de este inevitable hecho). Una larga espera en la que había de dos sopas, o vives o no vives.

Mamá hizo el intento de sentarse. Yo fastidiada por el cansancio, pongo el ordenador de lado para apresurarme a ayudarla a enderezarse, y en aquél breve recorrido del pie de la cama a la cabecera, en mi mente surgió una queja "aquí vamos otra vez". Mi queja referida a nuestras espaldas dañadas por las cargadas, noches en vela. Nunca me esperé que presenciaría lo que pocos en su vida. Ése último respiro. Sentí una culpabilidad tremenda.

El faraón mientras me observaba y yo sin decirle palabra me preguntó si me sentía culpable. Asentí. "¿Qué te diría tu mamá sobre la culpa si estuviese aquí?"... Recordé a mamá parafraseando a Nietzsche y concluyendo "hija, nunca sientas culpa, por qué la culpa es una porquería... Perdónate a ti misma"...

[El hombre que falto de enemigos y resistencias exteriores, encajonado en una opresora estrechez y regularidad de las costumbres, se desgarraba, se perseguía, se mordía, se roía, se sobresaltaba, se maltrataba  impacientemente a sí mismo, este animal al que se quiere “domesticar” y que se golpea furioso contra los barrotes de su jaula, este ser al que le falta algo, devorado por la nostalgia del desierto, que tuvo que crearse a base de sí mismo una aventura, una cámara de suplicios, una selva insegura y peligrosa -este loco, este prisionero añorante y desesperado fue el inventor de la “mala conciencia”. ~ Friedrich Nietzsche]

Ése 12 de diciembre por la mañana, mamá dijo "hija, no hay reproches, así que no tengas culpas de nada, que la culpa es una porquería, una falta de tiempo y una agresión a ti misma. No hay reproches, has sido una buena hija y eres una buena persona. Estoy orgullosa de ti".

El faraón me miró a los ojos y dijo "respira, siente las emociones y déjalas ir". Seguí su consejo y dos segundos más tarde mi cuerpo estaba liberado, mis pulmones libres para el siguiente respiro y La Paz inundó mi mente.