Como es la costumbre, compramos un pavo orgánico y me dí a la tarea de prepararlo.
Sacóle de su envoltorio, lavóle y al tratar enderezarlo para rellenarlo, no lograba cargarlo. Se resbalaba de mis manos y lo sentía incontrolable. En fracciones de segundo, mi mente se transportó al día en que mamá dejó su cuerpo. Entre la peque y yo, la estábamos cambiando para que se la llevaran a la funeraria, cuando de nuestros brazos, su cuerpo se resbaló de entre nuestras manos. Tenía dos veces su peso y sus extremidades ya no se acomodaban donde las dejábamos. Incontrolable. El recuerdo fue fugaz y en ese fugaz momento, lloré lo que hace muchos meses no había logrado.
Con el pavo tendido de costado en el fregadero, traté de traer mi mente al presente... recordé entonces la última vez que entre mamá y yo cocinamos un pavo de Acción de Gracias, cuando nos vino a visitar hace seis años.
A unas cuantas horas después de cocinarlo y cenar, mi espalda me mata. Creo que es el peso de aquél peso muerto, más el peso muerto del pavo, más el relleno. Estoy agotada.
Imágen tomada de internet |
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