Y sigo en el limbo aquél, en el que mi mente es difícil de ignorar. Sunim ya me había dicho que tenía de dos sopas:
1) tomar el camino más largo, más difícil...
2) tomar el camino fácil, al fin y al cabo, "el sufrimiento es opcional"
No tomé ninguna decisión, las circunstancias me fueron encaminando hacia la primera y aún no sé si sea la correcta, pero al menos estoy dándole la oportunidad a las circunstancias y un poco de tiempo para ver si los vientos soplan a favor, y tal vez aquél diluído faraón pueda volver a sentarse en aquél privilegiado trono. Aún, está por verse.
Sigo aprendiendo de mi misma, sigo leyendo libros que me guíen hacia el autoconocimiento y algo que descubrí entre otras cosas, es que nunca me dí el tiempo de vivir el duelo y dolor de la muerte de mi padre. Sí, lloré en aquél entonces, pero por el impacto del imprevisto y el miedo de ésa soledad, de ése hueco que deja una persona que se va y que no volverás a ver.
Pero no penetré en aquél dolor para superarlo, sino que huí de él, me escapé a los encuentros sociales, a las pachangas... Mamá la peque y yo nos tiramos a la indulgencia por meses, nos dormíamos tarde, llegábamos de la escuela/universidad/negocio y nos poníamos a bailar con la música a todo volúmen, escuchando el eco en la inmensidad de aquella casa semi vacía y cantanto a todo pulmón cuanta canción recorría en aquél aparato.
Digo casa semi vacía porque papá hacía falta, pero no hacía falta en aquella fiesta... donde la disciplina se había acabado, el temor de su mal humor se había esfumado y sólo quedaba un extraño y culpable "alivio" de libertad.
Suena duro y feo. Adoré a mi padre, pero su disciplina fue castrante. Y sí, ya pasó... pero no me dí el tiempo de masticarlo en su momento, y dejarlo ir.
Ahora, después de haber purgado una infinidad de pensamientos, aquella vida me resulta lejana y el recuerdo de papá sólo contiene ahora lo positivo. Su disciplina y mal humor a veces lo veo en el espejo todas las mañanas, cuando de repente salgo con exabruptos que recibe el que vive conmigo, sin justificación, sin razón. Aprendí a refunfuñar para años después utilizar ese aprendizaje sin sentido, sin razón de ser, sólo por el simple hecho de refunfuñar.
Déjame decirte estimado lector, que aquello del tobillo fue un recordatorio, un jalón de orejas de algo más grande que yo.
Esa mañana estaba de malas, refunfuñé hasta el hartazgo, puse de malas al que comparte techo y desairé su oferta de llevarme a la oficina. Fue cuando se fue, que vociferando en silencio bajé los escalones hacia la cochera cuando como por obra del "poderoso", cualquiera que éste sea, me hizo recordar que existe el karma. Y sí, un berrinche muy costoso, 2 semanas y media de dar al traste con todo, el riesgo de cancelar un viaje programado y la idea de que aquél accidente pudo haber sido incluso peor, si hubiese decidido ponerme aquellos tacones esa mañana (lo cuál estuve a punto de hacer)...
En fin, ya no sé a qué viene todo esto, pero creo que de todo se aprende, salen buenas lecciones y le da a uno oportunidad de seguir viviendo en el presente, sin distracciones... y en sincronía...
He notado que cuando estoy fuera de armonía me suceden cosas. Espero que recorriendo el camino largo, pueda continuar dándome cuenta de las estupideces que hago para cambiar mi rumbo y mi destino. Por que sí, creo que el destino se lo forja uno mismo... Se presentan las circunstancias y los momentos, pero es uno quien toma las decisiones.
Ya me cansé de teclear, mi pata pide elevación, mi mente pide siesta.