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martes, noviembre 21, 2006

Gilipollez del día

Hace algunos lunares que no escribía. Entre realineamientos y reestructuraciones internas, ajustando direccionales, al fin encarrilada de nuevo en la carretera de la vida, hago una pausa para desparramar información. Por que es en sí lo único que puedo hacer en éstos momentos.

Tras haber elegido una profesión sólo para darle gusto al progenitor (a pesar de mi severa afición-adicción a a los procesadores de datos y todo aquello que parezca caja con teclas y vericuetos que faciliten/automaticen información), cabe reconocer que me ha llevado por senderos inesperados y hasta en ocasiones satisfactorios.

En otros casos, me hace reconsiderar y hasta renegar de ella. Como por ejemplo, detesto éso de los inventarios. Al principio de la carrera, cuando uno es "the aprentice" pues es novedoso y con la "injundia" de la energía de la juventud en pleno, uno escala tarimas, postes, entra por vericuetos y hace machingüepas para localizar posibles desfalcos. A medida que pasan los años... ya esas actividades deberían ser realizadas por personas con ciertos estudios. Aún así, tenemos siempre que ser testigos de que "los otros", cumplan con su chamba y que las cosas estén en su lugar. Odio contar, odio ensuciarme y odio las comidas en masa y poco nutritiva --> Pizza.

Pero bueno. Cansada de caminar de aquí para allá desde ayer, en la inmensa planta, almacenes y alrededores, decidí tomar uno de los carritos eléctricos (parecidos a los de golf) para dirigirme a una de las líneas de ensamble para concluir unas observaciones.

Me dirijo al dichoso vehículo, pruebo todas las veintemil palanquitas y botones y comienzo en reversa para sacarlo de aquél reducido espacio. Echándome en reversa, unos tipos me observaban y entre ellos haciendo apuestas de que le pegaría a la maquinita de los refrescos o a la de los chocolatitos y materia chatarra.

En lugar de poner atención a lo que hacía, me reía de sus estupideces cuando al confundir el freno con el acelerador, efectivamente... me estrellé en la vending de chocolates. Sólo escuché las carcajadas y de reojo vi el intercambio de manos y billetes entre ellos. Detesto ser el centro de atención, y más en este tipo de situaciones. Aún así, cínicamente me reí de mí misma y me fui del lugar de los hechos cual delincuente (espero no ver un descontón en mi depósito).

Pero bueno, mientras tanto, a tirar un poco la flojera, no sin antes un baño para deshacerme de las partículas de fibra de vidrio contenidas en la melena y vestimenta.

Abur Bateko.

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